lunes, 10 de abril de 2017

Crónica de una regata a la que no fuí


Escribir sobre lo que no has vivido es fácil cuando el deseo de haber estado pesa más que la ausencia.
Sol, viento y paisaje hacen más apetecible ese anhelo. La competencia y la emoción de los resultados me hacen soñar que quizás podría haber luchado junto a los grandes, porque en la ausencia, el resultado soñado siempre es mejor. 

Fotos que te llegan por whatup, quedadas de grupo en las que te sientes ajeno y con envidia. Un cumpleaños de un master, de los de verdad,  a quien me hubiera gustado cantar con mis atrevidas limitaciones un buen “Happy bithday”. Esas conversaciones insospechadas, impredecibles, insulsas o interesantes que solo surgen en esa “tonta” espera por salir al agua. Y ya tras las intensas regatas,  un buen caldo caliente en las voltes d’en Port Bo con el fragor de mil anécdotas recién vividas, mirando el mar y la playa donde la arena es reemplazada por Lasers endulzados y enfundados.
El descanso con alguna lectura, un paseo, un gintonic acompañado de una buena conversación.

He estado ahí sin estar, he revivido lo que no fue con los retazos del pasado. Veo las clasificaciones en el Whatup, nombre, puesto  y oigo la frase de cada regatista. Siento la alegría de unos, la decepción de otros, la esperanza de la regata de mañana, y oigo pocas disculpas, porque ser master es saber que la disculpa de lo que nos sucede está en nosotros.
Y en el mar, imagino la fuerte Tramontana y el Garbi suave, la bandera negra en el comité haciendo palpitar los corazones, visualizo las enfilaciones: “Sí, esos apartamentos blancos, la torre de la iglesia”, y ya todos metidos en el carrusel de la ceñida del Garbi, donde solo vale acercarse a las Formigas desde un largo bordo amurado a babor por tierra.


No he estado, pero he estado, aunque sé que vosotros llegáis a casa con la piel de la cara quemada y el agradable cansancio de tres días de regalo en vuestras vidas.